El debate está servido. La Inteligencia Artificial se cuela en todos los rincones de la actividad humana. En los negocios, la medicina, los coches… Ahora también en el arte. La respuesta más espontánea ante esta realidad es que la creación artística es un nicho exclusivo del ser humano y que cualquier intervención ajena al artista es ´fake´ y carente de valor. Sin embargo, hay quien considera que, bien utilizada, la inteligencia artificial derriba muros limitantes de la creatividad. Como está ocurriendo en el desarrollo de videojuegos. De hecho, esa opinión es compartida por algunos de los museos más prestigiosos del mundo, como el MoMa, que alberga obras realizadas con ayuda de la IA por el artista Refik Anadol.
El rigor y la ética son la base de un uso responsable de la inteligencia artificial como herramienta creativa. Una herramienta cuyo potencial va más allá de la mera ejecución de una orden o una secuencia de órdenes, como se ha visto hasta ahora en los softwares de IA generativa. Ahora, la intervención va más lejos y, para muchos, ya se puede hablar de creatividad. Si tenemos en cuenta los resultados obtenidos con programas de producción musical como Amper, Jukedeck o AIVA; o de artes visuales como Midjourney, DALL-E o Firefly, podemos ver que los matices que limitan las fronteras de la creatividad son más filosóficos que científicos.
La creatividad computacional no es una tecnología sobrevenida, fruto de la improvisación, sino que ha ido superando fases. Algunas de estas etapas de su desarrollo tienen que ver con aspectos muy delicados de la creación artística. En la música, por ejemplo, la expresividad marca la diferencia entre una composición correcta y una capaz de emocionar. Pues bien, los avances en este sentido han sido muy notables y se han alcanzado procesando, a través de sensores colocados en un instrumento real y en las manos del intérprete, la manera de tocar de músicos profesionales humanos.
Algo parecido ha sucedido con las artes plásticas gracias al aprendizaje automático, especialmente en las redes neuronales profundas. Estas redes imitan la estructura del cerebro humano, permitiendo que los sistemas aprendan patrones a partir de grandes cantidades de datos. Mediante técnicas como el aprendizaje supervisado y no supervisado, y el uso de redes generativas adversarias (GANs), la IA puede analizar estilos artísticos, aprender de ellos y crear nuevas obras que emulan la creatividad humana.
Al afirmar que la creatividad de este tipo de obras, ya sean plásticas o musicales, es una emulación de la creatividad humana entramos de nuevo en el debate inicial. ¿Puede haber creatividad sin conciencia?
Blog ÓN
Comité de contenidos