El objetivo del programa BRACE es desarrollar un bio-hormigón que pueda repararse a sí mismo.
Del mismo modo que sucede con otras áreas de la construcción, tanto de edificios como de infraestructuras, la evolución hacia las carreteras inteligentes está cada vez más cerca de hacerse realidad. Esto se debe a los enormes esfuerzos de innovación que se llevan a cabo para mejorar aspectos como la seguridad, la eficiencia o la sostenibilidad.
Algunas de esas novedades que llegaron son fruto de la investigación en nuevos materiales para construir o pavimentar. Ejemplos de ello son el asfalto drenante, capaz de optimizar el agarre de los neumáticos gracias a su capacidad para evacuar el agua de la lluvia; o el asfalto silencioso, cuyo secreto estriba en una rugosidad menor; el descontaminante, con aditivos que absorben los óxidos de nitrógeno; el “Magment”, que facilita la recarga de los coches eléctricos y, últimamente, el hormigón autorreparable.
Este tipo de hormigón se fundamenta en técnicas de bioconstrucción, en las que ingeniería y biología se combinan para dar lugar a materiales en cierto modo “vivos”. El origen de este ambicioso proyecto es militar y su desarrollo lo pone en marcha el Departamento de Defensa de Estados Unidos por medio de su Agencia de Proyectos de Investigación Avanzados de Defensa DARPA (Defense Advanced Research Projects Agency). El programa, conocido como BRACE (por las siglas en inglés de Restauración Bioinspirada de Edificios de Hormigón Envejecidos) tiene como objetivo desarrollar un bio-hormigón que pueda repararse a sí mismo antes de que los daños se extiendan y supongan un riesgo para la seguridad de la infraestructura afectada. Para lograrlo, se incorporan organismos como ciertos tipos de hongos y bacterias a la composición del material resultante. De esta manera se reproducen procesos presentes en la biología como los propios sistemas vasculares del ser humano, encargados de la cicatrización en caso de heridas.
Otros enfoques que se contemplan dentro del mismo programa BRACE son el que se inspira en las enzimas y el que contempla el uso de materiales similares a la cerámica con cualidades auto reparadoras.
Un bio-hormigón que pueda repararse a sí mismo evitaría que se extiendan los daños y se ponga en riesgo la seguridad de la infraestructura afectada.
Si este sistema para obtener un hormigón que se autoregenere llegara a tener éxito tras los 4 años y medio previstos para su desarrollo y fuera aplicable a la obra civil, podría producirse para nuevos proyectos constructivos, pero también sería factible “inyectarlo” en piezas de hormigón envejecido que necesitaran reparación. Después, permanecería en su estructura y serviría para “curar futuras grietas que surgieran con el tiempo”, como asegura el director del proyecto Matthew Pava.
Sería de gran utilidad tanto para reparar socavones en carreteras y autopistas como para construir edificios más duraderos y minimizar los efectos medioambientales derivados de la producción de hormigón nuevo. Y es que cada año se producen 4.000 millones de toneladas de hormigón en el mundo, que provocan casi el 8% de las emisiones de CO2 y el 9% de las extracciones de agua industrial.
Al desarrollo de esta solución constructiva se suman otras que también tienen relación con los nuevos materiales y que con el tiempo supondrán una revolución en el mundo de la ingeniería, como la hidrocerámica, el aerographite o las nanopartículas.
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