Las denominadas “rotondas holandesas” son un modelo muy utilizado en países como Holanda, Francia o Reino Unido, donde el uso de la bicicleta como medio de transporte está mucho más extendido que en España y los conductores están más acostumbrados a compartir espacio con las bicis. Las primeras rotondas de este tipo que han llegado a nuestras calles se han instalado en Logroño y Bilbao, pero se espera que proliferen a lo largo y ancho de nuestra geografía a medida que el número de ciclistas se va incrementando.
Su principal diferencia con respecto a las rotondas convencionales y turbo-rotondas es el carril bici que las rodea, muy diferenciado del resto de la calzada, que da prioridad absoluta a los ciclistas frente al resto de vehículos. Además, obliga a reducir la velocidad antes de acceder a la rotonda: de hecho, el exceso de velocidad al incorporarse a una rotonda puede suponer una multa de 500 euros y la retirada de 6 puntos del carné. La DGT espera que con su implementación descienda la siniestralidad en las intersecciones y, sobre todo, aumente la seguridad de los usuarios más vulnerables.
¿Cómo circular en una “rotonda holandesa”? Estas glorietas tienen a su alrededor un carril bici: un anillo diferenciado por el que deben circular ese tipo de vehículos. Por tanto, ya incluso antes de entrar en la rotonda, los conductores de vehículos deben extremar la precaución y reducir la velocidad, asegurándose de que no se acerque ningún ciclista por el espacio delimitado para su circulación. Si se aproximara algún ciclista, tendrá prioridad respecto al vehículo que se quiera incorporar a la rotonda.
Una vez dentro, el ciclista mantiene su prioridad: el vehículo que vaya a salir de la glorieta deberá ceder el paso a cualquier bici que transite por el carril exterior. Así, este tipo de glorietas hacen que la circulación transcurra a una velocidad inferior respecto a las convencionales, reduciendo el riesgo de accidentes.
La historia de las rotondas se remonta a finales del siglo XIX, cuando en algunas ciudades europeas comenzaron a producirse problemas de tráfico. El diseño de una intersección circular en la que no hubiera que detenerse sin necesidad se lo debemos al arquitecto francés Eugéne Hènard.
En España, la primera rotonda se instaló en 1976 en la localidad mallorquina de Palmanova. Desde entonces su uso se ha generalizado y se calcula que ya hay más de 80.000 repartidas por todo el país. Además, muchas veces los municipios utilizan el centro de las glorietas como soporte para la decoración urbana, con esculturas o jardines que se convierten en un sello de identidad. A pesar del gran número de rotondas y de los años que llevamos circulando por ellas, parece ser que a los conductores españoles no se nos dan bien y, según datos de la Dirección General de Tráfico, entre 2015 y 2019 se registraron en este tipo de infraestructuras 45.000 accidentes mortales, con 317 fallecidos y 58.000 heridos.
Los esfuerzos de concienciación por parte de la Guardia Civil en sus redes sociales se repiten una y otra vez, con diagramas y animaciones didácticas sobre el uso correcto de los carriles, prioridades, incorporaciones y salidas, etc. Otro intento de mejorar la efectividad de las glorietas, minimizando riesgos y agilizando el tráfico fueron las turbo rotondas, en las que los conductores deben elegir el carril correcto antes de llegar a la intersección y mantenerse en él hasta la salida, respetando la señalización. De este modo, se evitan los riesgos de colisión por cambios bruscos de carril mientras se circula por la rotonda.
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