Los sistemas avanzados de asistencia a la conducción (ADAS) son una muestra clara de cómo la tecnología puede asistir al ser humano para desarrollar una tarea compleja como, por ejemplo, la conducción de un vehículo con más eficiencia y seguridad. Su popularización en los coches nuevos tiene una un impacto directo en el descenso de la siniestralidad y de las consecuencias de los accidentes. Pero no se trata de una tecnología infalible y sus componentes pueden verse afectados por tareas de mantenimiento del vehículo mal realizadas, sobre todo, al sustituir un parabrisas o algunos componentes del frontal de un vehículo.
Entre las propuestas que la Federación Internacional de Automovilismo (FIA) realizó al Parlamento Europeo con el objetivo de maximizar los beneficios de los sistemas ADAS antes de su implantación obligatoria, estaba el “asegurar procesos transparentes de calibración para que los sistemas ADAS mantengan su eficacia con el paso del tiempo”. Y es que la causa más común por la que los sistemas ADAS pueden sufrir fallos de funcionamiento es porque sus cámaras y sensores no hayan sido recalibrados, o esa operación no se haya hecho de un modo correcto.
Los sistemas ADAS necesitan de “ojos” que vean lo que sucede alrededor del coche y recojan esa información para hacer un reconocimiento fiable del entorno y que los sistemas de seguridad puedan actuar en consecuencia. Esos “ojos” son cámaras y sensores, la mayoría de ellos están instalados en el parabrisas. Cuando se sustituye un parabrisas, hay que desmontar las cámaras del cristal roto y montarlos en el nuevo. Una vez instalados, estos sistemas tienen que ser recalibrados por profesionales con la formación, experiencia, metodología, instalaciones y tecnología adecuadas; para asegurar que funcionan con la máxima precisión y proporcionan la información correcta. Está demostrado que un coche con los sistemas ADAS mal recalibrados puede provocar una colisión o un atropello, pues el sistema no puede calcular bien las distancias ni el tiempo y potencia de frenado.
Además de las tendencias cromáticas de moda, un menor impacto medioambiental y de mejoras en los procesos de fabricación, hay otro aspecto que ha cobrado una vital importancia en el color de un coche: las propiedades físicas de la pintura. La necesidad de reflectividad de los sensores LiDAR y de transmisividad de radar, está imponiendo límites a los colores y a los pigmentos que se pueden usar en los revestimientos exteriores de los vehículos. Y es que numerosos estudios han demostrado que los pigmentos de aluminio utilizados en las pinturas metálicas pueden reducir la transmisión de señales de radar y afectar al funcionamiento de los sistemas ADAS. Uno de cada cuatro coches nuevos lleva pintura metalizada y se espera que, en 2025, el 85% de los coches nuevos equipe radar.
El problema surge cuando un coche con pintura metalizada sufre un accidente y el paragolpes que cubre el sensor de radar necesita ser pintado. Los fabricantes de coches han elaborado guías específicas de reparación que prohíben el uso de parachoques reacondicionados y de reparaciones con rellenos, cintas de refuerzo, grapas calientes o soldadura de plástico. Y se insiste en minimizar el espesor total de la pintura metálica quitando la capa vieja dañada y aplicar nuevas capas con un espesor de pintura entre 0,15 y 0,30 milímetros.
Olivia Reyzábal
Comunicación & Social Media