Amazon, el gigante y líder mundial indiscutible del “ecommerce”, ganó la partida a Google y pagó 735 millones de euros en 2014 por la compra de Twitch, una plataforma de transmisión en “streaming” creada tres años antes como subproducto de la ya inexistente Justin.tv. Esto da una idea del potencial que los visionarios de las grandes tecnológicas atribuyen al negocio de las retransmisiones en directo. Con esta operación, Jeff Bezos cerró la mayor adquisición en la historia de Amazon.

Aunque Twitch nació con vocación de transmitir partidas de videojuegos en directo, se ha comprobado que el formato es también válido para otros tipos de contenido en streaming, tanto deportivos como de actualidad, política o incluso musicales. La realidad es que, paso a paso, esta plataforma se está abriendo un importante hueco en el mercado del ocio audiovisual, incluso para competir directamente contra Netflix en volumen de usuarios. El éxito de Twitch viene acompañado por estrellas de la comunicación en streaming como Ibai Llanos o David Cánovas (TheGrefg), un joven murciano de 23 años especializado en Fortnite, que cuenta ya con más de 6 millones de seguidores en su canal.

Se trata de un fenómeno de transformación digital alimentado por hitos como el del pasado 7 de mayo, cuando más de 600.000 personas en todo el mundo se conectaron para presenciar el debut de Resident Evil Village. Las motivaciones que movilizan a los aficionados para conectarse a estas transmisiones son de distinta índole. Cesar Cagiao, por ejemplo, es un estudiante de 18 años sin recursos suficientes para comprar el videojuego. Como no podía jugar, decidió ver cómo lo hacían otros. “No es lo mismo, pero también es divertido”, declaraba. Otros, como el cocinero Liam Green, no tienen mucho tiempo y escogen este formato porque, afirma, “puedes ponerlo de fondo mientras haces otras cosas”.

Sea por unas u otras razones, el denominador común que se vislumbra en todos los usuarios de Twitch es una creciente expectación por las competiciones entre los mejores gamers del momento, convertidos ya en auténticas estrellas. Es una tendencia que comenzó con los deportes electrónicos y se ha extendido a todo tipo de videojuegos multijugador. Al igual que para ser aficionado al fútbol o a otros deportes no es necesario practicarlos, los espectáculos de competiciones virtuales cuentan con seguidores que no tienen por qué jugar a videojuegos necesariamente. De hecho, según el informe The state of online gaming 2020, estas competiciones son ya más populares que el fútbol para los jóvenes de 18 a 25 años.

De esta realidad han obtenido un magnífico rendimiento empresarial compañías como Riot Games, creadores de “League of Legends” (LoL). La primera edición de este juego mítico del deporte electrónico se lanzó cuando Twitch todavía no existía y el consumo audiovisual era menor. Edgar Medina, director general de Riot Games para la Península Ibérica e Italia, recuerda cómo cambió el escenario a partir de 2011: “Celebramos la I Copa del Mundo de LoL en una feria de Suecia. No teníamos mucha estructura: había cuatro mesas, diez ordenadores y…, ¡ale, juguemos!”. Aunque nada presagiaba un éxito tan abrumador, la gente comenzó a reunirse en la entrada del recinto y varios miles de personas se conectaron a internet para verlo en vivo. En la empresa supieron interpretar estas señales y en 2018 asistieron a la competición 100 millones de personas. Una audiencia que lleva asociadas grandes sumas de dinero en marketing, publicidad y patrocinios.

Twitch es, en estos momentos, la plataforma mejor situada en el reparto de un negocio que no ha hecho más que empezar y que está cambiando los hábitos de los aficionados a los videojuegos.

Aunque puede parecer el argumento de una película de ciencia ficción, la posibilidad de inventar una máquina capaz de leer la mente ya está al alcance de la mano o, mejor dicho, de la Inteligencia Artificial.

Las aplicaciones prácticas de semejante logro supondrían una revolución sin precedentes en el mundo de las ventas, en el tratamiento de ciertas enfermedades, o en la investigación policial, por poner solo tres ejemplos. Se trata de un desafío en el que la ciencia y la tecnología han reemplazado a la magia y a los espectáculos de telepatía. Desde que en los años 30 del pasado siglo se inventara el polígrafo, un aparato capaz de medir ciertos parámetros cerebrales y detectar si una persona está mintiendo, no se ha dejado de investigar al respecto. Mucho más recientes son los avances médicos que utilizan la neurociencia para corregir trastornos neurológicos y otras discapacidades. Uno de los casos más celebrados en este campo es Neuralink, el chip cerebral financiado por Elon Musk.

Ahora, gracias a un mejor conocimiento del cerebro y al desarrollo de la Inteligencia Artificial, investigadores de la Universidad de Helsinki han desarrollado un nuevo método de “computación consciente” que puede leer nuestros pensamientos y anticiparse a nuestras preferencias ocultas. El desarrollo de esta tecnología combina técnicas de neurociencia y computación, con el objetivo de acceder a la actividad eléctrica de nuestro cerebro e interpretarla. En palabras de Keith Davis, uno de los investigadores que participan en el proyecto, todavía queda un largo recorrido en el laboratorio, pero la interfaz cerebro-ordenador podría convertirse en una herramienta para entenderse mejor a uno mismo.

De hecho, los avances obtenidos son consecuencia de un estudio previo desarrollado en 2020 en la misma universidad. En aquella investigación se demostró que el aprendizaje automático puede leer la actividad eléctrica del cerebro y reflejar en una pantalla lo que una persona piensa en tiempo real. De esta manera, la Inteligencia Artificial puede aprender qué caras de otras personas nos resultan más atractivas.

La nueva investigación va más allá e incorpora el “filtrado colaborativo”, una técnica por la que el ordenador compara nuestro patrón de pensamiento sobre algo en concreto con lo que otras muchas personas piensan sobre esa misma idea. Al procesar toda esa información, el sistema es capaz de anticiparse a nuestros deseos antes incluso de que seamos conscientes de ellos. Volviendo al ejemplo de las caras, un ordenador que utilizara este sistema nos presentaría una imagen de nuestra pareja ideal antes de que nosotros mismos la imagináramos.

Toda esta cadena de avances evoluciona en favor de la llamada “computación consciente” y convierte la interfaz cerebro-ordenador en una especie de prótesis que nos ayude a aprovechar nuestro potencial personal al máximo. Hasta el momento, la “computación consciente” se ha utilizado para mejorar nuestra relación con la tecnología y evitar situaciones no deseadas como la apnea del correo electrónico. Pero a partir de ahora, el objetivo no se detiene ahí, sino que profundiza en la información obtenida de nuestra dinámica cerebral y de los comportamientos colectivos para conocernos mejor a nosotros mismos.