A principios del siglo XX la policía empezó a recabar datos utilizando las huellas dactilares que los delincuentes dejaban en la escena del crimen. Desde entonces, los avances tecnológicos y científicos de los que se sirven las fuerzas del orden para cumplir su misión no han dejado de aumentar. Además de la dactiloscopia, el otro gran salto cualitativo en criminología llegó de la mano de la medicina forense. En noviembre de 1987 se condenó por primera vez a un sospechoso de violación por los restos de ADN encontrados en la víctima. A estas dos herramientas podemos añadir otras como el retrato robot, el perfil criminal o el polígrafo.
En muchas ocasiones han sido el cine o la literatura de ciencia ficción los encargados de ponernos sobre la pista de cómo serían los policías del futuro y, con el tiempo, muchos de esos artilugios que nos parecían mágicos se han ido incorporando al equipamiento real de los agentes de la ley. Y es que más vale que así sea para no quedarse obsoletos en la lucha contra el crimen, ya que los delincuentes siempre van a estar a la última en materia tecnológica.
Prueba de que las policías de todo el mundo van a experimentar una profunda transformación es el documento de trabajo publicado por Interpol, “Escaneando el futuro de la policía: los primeros pasos hacia un nuevo paradigma global”. En él se hace referencia a los grandes avances, algunos todavía incipientes, que son potenciales herramientas de trabajo para los agentes, tales como el metaverso, la inteligencia artificial, la biometría, los drones, las ciudades inteligentes, etc.
El software de reconocimiento facial aplicado a tareas policiales, por ejemplo, ofrece enormes posibilidades a la hora de rastrear zonas repletas de gente para detectar y detener a un sospechoso. Se trata de un sistema que funcionaría a través de las cámaras de seguridad instaladas en las vías públicas y que ya es plausible a día de hoy. La demora en su implementación se debe más a cuestiones jurídicas que tecnológicas, por el recelo social que provoca una posible vulneración de los derechos individuales ante eventuales errores de identificación.
El Big Data y la inteligencia artificial están vinculados a numerosas herramientas tecnológicas, entre ellas el reconocimiento facial anteriormente mencionado. También es aplicable a la detección de tiradores (ShotSpotter) o a la biometría. Su potencial se debe a la capacidad de manejar y analizar enormes cantidades de información y extraer de ella resultados fiables en instantes. Además, el Machine Learning o algoritmos de “aprendizaje profundo” permiten labores de predicción de delitos al más puro estilo “Minority Report”.
Otro ejemplo en clara evolución son los cascos inteligentes, que cuentan con tecnologías ya usadas por muchos motoristas en el día a día. Los diseñados para las fuerzas de seguridad estarán equipados con gafas de realidad aumentada, cámaras que comienzan a grabar automáticamente en situaciones extremas o viseras de visión térmica.
Los “wearables” con los que contarán las próximas generaciones de policías les harán mucho más eficientes gracias al Internet de las Cosas, al 5G y a los sistemas de sensores conectados con los dispositivos de las Smart cities.
Chalecos antibalas de tejidos más ligeros y resistentes como el grafeno, armas que activan cámaras al desenfundarse y solo disparan si detectan la huella dactilar del agente que tiene asignado, exosqueletos que aumentan las capacidades físicas, drones tripulados para patrullar… Un equipamiento que incrementa exponencialmente la capacidad operativa de los policías y que también incluiría elementos de conexión con el ciudadano, como sistemas digitales de denuncias y atestados.
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